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No estabamos enamorados -decía él. |
"Y por todas esas cosas yo me sentía antagónicamente cerca de la Maga, nos queríamos en una dialéctica de imán y limadura, de ataque y defensa, pelota y pared. Supongo que la Maga se hacía ilusiones sobre mí, debía creer que estaba curado de perjuicios o que me estaba pasando a los suyos, siempre más livianos y poéticos. No había un desorde que habría puertas al rescate, había sólamente suciedad y miseria, vasos con restos de cerveza, medias en un rincón, una cama que olía a sexo y pelo, una mujer que me pasaba su mano fría y transparente por el muslo, retardando la caricia que me arrancaría por un rato a esa vigilancia en pleno vacío. Demasiado tarde, siempre, porque aunque hiciéramos tantas veces el amor, la felicidad tenía que ser otra cosa; algo quizá más triste que esta paz y este placer. La Maga no sabía que mis besos eran como mis ojos que empezaban a abrirse más allá de ella, y que yo andaba como salido, volcado en otra figura del mundo, piloto vertiginoso en una proa negra que cortaba el agua del tiempo y la negaba. Me molestaba un espionaje a la altura de mi piel, de mis piernas, de la manera de gozar con la Maga; pero no, lo que verdaderamente me exasperaba era saber que nunca volvería a estar tan cerca de mi libertad como en esos días que me sentía acorralado por la Maga."
Pero esto no supo decirmelo a mí, y se limitó a criarlo dentro como si fuese una gripe, una gripe de la que yo también acabé contagiándome por ir a querer ayudarle y sanarle. No sé aún si la culpa fue más mía que suya, ni si quiera sé si hay culpa que echarle en cara a alguien, pero sé que esos días no tenía ganas de nada... menos de él.