jueves, 2 de diciembre de 2010

Juegos desconocidos

Enfrente de mi ventana, de las más altas de toda la ciudad, se aprecían muchas cosas sobre los tejados; me entero cuando alguien del otro barrio tiene problemas con la antena o una gotera, me entero de qué gatos andan en busca de comida o de cualquier pájaro para cazar.


Pero lo que mas me fascina es que, no muy lejos, hay un tejado de una casa antigua, en la que las tardes de más bonitas, en las que no cae ni una gota de agua del cielo, se posan cientos de palomas, de colores brillantes, que no sé por qué razón en determinados momentos se asustan y todas salen volando, haciendo un contraste con el cielo azul o los rayos de sol en colores grises o blancos o también marrones, dan media vuelta y se vuelven a posar en el mismo tejado. Seguramente es un juego para ellas, un juego muy serio, porque siempre lo cumplen al pie de la letra. Quizá uno tiene la iniciativa sale volando y todas le siguen, o una carrera entre ellas en la que el pistoletazo de salida es un claxón de cualquier coche. No lo sé.


Y hoy, que acaba de nevar y no hay ni un copo de nieve en los tejados, que ha salido el sol de repente, apretando más que nunca, el cielo está despejadísimo, apenas manchado de nubes blancas, las palomas siguen jugando a ese juego para mí desconocido, llamando la atención más que nunca.


Que tarde más extraña. Pero muy sonriente.

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