sábado, 9 de octubre de 2010

No hay ideas generales

-Por eso le pedí que me hablase de Montevideo, porque usted es como una reina de baraja para mí, toda de frente pero sin volumen. Se lo digo así para que me comprenda.

Montevideo es el volumen, lo sabía. Estuve alagada por lo de reina de baraja, y casi me sonrojo, pero de repente me entró una sucia y desagradable tristeza. Era la reina de una baraja para un hombre que apenas me conocía y con el que apenas trato para callar mis tristezas, sin embargo, para mi amante yo había pasado de ser la reina de la baraja a una simple sota o quizá ya a un número de los más bajos. Y todo eso sin saber si algún día llegué a ser la reina de baraja. Empecé:

"Vivíamos muy cerca del río"
-Vivíamos muy cerca del río, en una casa grandísima con un patio. Yo tenía siempre trece años, un cielo azul y una maestra de quinto bizca. Un día me enamoré de un chico rubio que vendía diarios en la plaza. Mi papá no trabajaba, se pasaba las tardes tomando mate en el patio. Yo perdí a mi mamá cuando tenía cinco años, me criaron unas tías. A los trece estábamos sólamente mi papá y yo en una casa que parecía un conventillo. Había un italiano, dos viejas y un negro y su mujer que se peleaban mucho por la noche pero después tocaban la guitarra y cantaban. Yo les tenía un poco de asco, prefería jugar en la calle, pero si mi padre me encontraba jugando allá me hacía entrar y me pegaba. Un día mientras me estaba pegando, vi que el negro espiaba por la puerta entreabierta. Al principio no me di bien cuenta, parecía que se estaba rascando la pierna, hacía algo con la mano... Papá estaba demasiado ocupado pegándome. Es raro cómo se puede perder la inocencia e golpe. Esa noche en mi pieza, tenía una sed horrible pero no quería salir. Mi papá tomaba mate en la puerta. Hacía un calor que no se puede imaginar, la ropa se me pegaba. Dos o tres veces salí y fui a beber de una canilla que era más fresca. Las otras piezas ya habían apagado la luz, papá se había ido al boliche del tuerto Ramos. Bebí otro poco de la canilla y me volví a mi pieza que estaba arriba, subiendo una escalera de hierro donde a los nueve años me disloqué un tobillo. Cuando iba a encender la vela, una mano caliente me agarró por el hombro, sentí que cerraban la puerta, otra mano me tapó la boca y el negro me sobaba por todos lados y me decía cosas en la oreja, me arrancaba la ropa y yo no podía hacer nada, si gritaba sabía que me mataría y yo no quería que me mataran, tenía trece años. ¿Por qué me mirás con esa cara? Le estoy contando cómo me violó el negro del conventillo.
-Contáselo con todos los detalles, che -dijo mi amante
-Oh, una idea general es suficiente... -dijo el nuevo preocupado
-No hay ideas generales.

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