domingo, 17 de octubre de 2010

De la nariz como límite del mundo

-Pero el amor también podría ser eso -le dijo a la Maga-. Qué maravilla estar admirando a los peces en su pecera y de golpe verlos pasar al aire libre, irse como palomas. Una esperanza idiota, claro. Todos retrocedemos por miedo de frotarnos la nariz contra algo desagradable. De la nariz como límite del mundo, tema de deserción ¿Usted sabe cómo se le enseña a un gato a no ensuciar las habitaciones? Técnica el frotado oportuno. ¿Usted sabe cómo se le enseña a un cerdo a que no se coma la trufa? Un palo en la nariz. Yo creo que Pascal era más experto en narices de lo que hace suponer su famosa reflexión egipcia.
-¿Pascal? -dijo la Maga-. ¿Qué reflexión egipcia?
Después de él poco podían importarme los demás

Suspiró. Todos suspiran cuando hago alguna pregunta. Mi amante y sobre todo una amiga, porque no solamente suspiraba sino que resoplaba y bufaba y me trataba de estúpida. "Es tan violeta ser ignorante", pensé resentida. Cada vez que alguien se escandaliza de mis preguntas, una sensación violeta, una masa violeta envolviéndome por un momento. Había que respirar profundamente y el violeta se deshacía, se iba por ahí como los peces. Ya casi no me importaba su suspiro, después de él, del que yo más he amado nunca de una manera tan sana al principio, corrompida al final; poco podían importarme los suspiros de nadie cuando hacía una pregunta. Pero de todos modos siempre quedaba la mancha violeta por un momento, ganas de llorar, algo que duraba el tiempo de sacudir el cigarrillo con ese gesto que estropea irresistiblemente las alfombras, suponiendo que las haya.

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