martes, 5 de octubre de 2010

La boca sonreía a veces entre pitada y pitada

Y tenían sexo, ella se retorcía en las rodillas de él, excitada por la manera de cantar de Satchmo, le veía cómo le quedaba el tema; era lo bastante vulgar para permitirse libertades que él no le hubiera consentido cuando no hay música que se les aparezca. Desde el altísimo punto de vista de él, en una especie de admirable pirámide de humo y música y vodka y sauerkraut y manos de ella permitiéndose excursiones y contramarchas, condescendía a mirar hacia abajo por entre los párpados entornados y veía a mi querido amante en el suelo, la espalda apoyada en la pared contra la piel esquimal, fumando y ya perdidamente borracho, con una cara sudamericana resentida y amargada donde la boca sonreía a veces entre pitada y pitada... Miró hacia su derecha y se encontro con mi cara y mi mirada; queríendo saber los recorridos de cada dedo de ella, pero su mirada me intimidó un poco y me sentí una mezcla de niño que espía por la ranura de la puerta y de delicuente que hace como que no sabe lo que está haciendo. Por último, y un poco más a la derecha, se encontró con la cara de perfil de mi nuevo amigo, mirándome a mí.

El cuadro que se dibujaba en sus ojos  iba cobrandose su sentido
El cuadro que se dibujaba en los ojos de él iba cobrandose su sentido; el pobre amante estaba muerto de envidia mientras veía a la Maga evadirse en las conversaciones empapadas de vodka del extranjero, mientras que éste, perdido de amor por ella, no podía parar de mirarla y de intentar alcanzar con la mano, pero sin moverla, los rizos de la Maga.

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