lunes, 11 de octubre de 2010

La torpeza de la Maga

-Yo creo que te comprendo -dije acariciándole el pelo-. Vos buscás algo que no sabés lo que es. Yo también y tampoco sé lo que es. Pero son dos cosas diferentes. Vos sos más bien un Mondrian y yo un Vieira da Silva
-Querés decir un espíritu lleno de rigor.
-Yo digo un Mondrian.
-¿Y no se te ha ocurrido sospechar que detrás de ese Mondrian puede empezar una realidad Vieira da Silva?
Claro que ya lo había pensado... Esa realidad era yo:
-Oh sí, pero vos hasta ahora no te has salido de la realidad Mondrian. Tenés miedo, querés estar seguro. No sé de qué... Sos como un médico, no como un poeta. Mondrian es una maravilla pero sin aire. Yo me ahogo un poco ahí adentro. Y cuando vos empezás a decir que habría que encontrar la unidad, yo entonces veo cosas muy hermosas pero muertas, flores disecadas y cosas así.
-Vamos a ver, Lucia: ¿vos sabés bien lo que es la unidad?
-Me llamo Lucía pero vos no tenés que llamarme así. La unidad... Vos querés decir que todo se junte en tu vida para que puedas verlo al mismo tiempo ¿Es así, no?
-Más o menos. Es increíble lo que te cuesta captar las nociones abstractas. Unidad, pluralidad... ¿No sos capaz de sentirlo sin necesidad de ejemplos? No, no sos capaz. En fin, tu vida; ¿es una unidad para vos?
-No, no creo. Son pedazos de cosas que me fueron pasando.
-Pero vos a tu vez pasaban por esas cosas como el hilo por esas piedras verdes. Y ya que hablamos de piedras, ¿de dónde sale ese collar?
-Me lo regaló el extranjero -dije, algo asustada, pero queriendo demostrar seguridad.

Siempre supe que se acostaría con alguien

Oliveira cebó despacio el mate. La Maga fue hasta la cama que les habían prestado para poder tener en la pieza a su hijo enfermo, ya no quedaba casi espacio para vivir, pero cualquiera convencía a la Maga de que se curaría mejor en el hospital de niños. A su novio le horrorizaba la torpeza de la Maga para fajar y desfajar a su hijo, sus cantos insoportables para distraerlo, el olor que cada tanto venía de la cama baja, los algodones, los berridos, la estúpida seguridad que parecía tener la Maga de que no era nada, que lo que hacía por su hijo era lo que había que hacer y que se curaría en dos o tres días. "Siempre supe que se acostaría con alguien" pensó, podrido en su "pureza".

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